ENERGÍA
INÚTIL
Por Arturo Londoño Amórtegui
Capítulo I
“La
Hermandad de los Inútiles”
“Cuco” fue el último en
unirse a nuestra hermandad. Nunca supimos su verdadero nombre ni mucho menos su
apellido, aunque realmente esto no importaba. Para ser miembro de nuestro grupo,
el nombre era lo de menos. Solo se debía cumplir una serie de características especiales
que Cuco tampoco presentaba; sin embargo, tenía una gran ventaja que hizo que
su vinculación a nuestra hermandad fuera una excepción a la regla: Cuco era
extremadamente rico. Rico e idiota. El mesías que habíamos esperado por largos
años y que por fin había llegado para complacer los deseos y ocurrencias en pro
de cumplir nuestro fraternal lema:
“No hacer nada útil”.
La tarde en que lo vi llegar
por primera vez al edificio, me pareció el remedo de un dibujo de esos hecho
por los niños de primaria: Alto y obeso vestido con una camiseta de Mickey
Mouse metida dentro de un pantalón de
pana café que le llegaba hasta arriba del tobillo. –Un idiota completo- pensé
desde que lo ví a lo lejos y mi percepción era ratificada por sus torpes
movimientos de tipo grande que no puede coordinar un paso tras otro sin
enredarse con sus propios pies.
No tardé mucho en contarle a
Rafaelo sobre el nuevo inquilino del edificio.
Rafaelo (De hecho se llamaba Rafael), era mi gran amigo y segundo miembro
de la “Hermandad de los Inútiles”; si bien, no era tan inútil como yo, se
encontraba en proceso de ser una fuerte competencia. A diferencia mía (que
nunca lo había hecho), Rafaelo trabajó por un tiempo; incluso, cuenta la
leyenda, llegó a ser maestro de escuela por un par de años. Un día dejó de ir a
clases sin explicación alguna. Las directivas lo llamaron a su teléfono y la
dueña de la casona donde este rentaba una habitación para vivir les comentó que
parecía que estuviese enfermo ya que no había salido en tres días. Una semana después,
la dueña de la casona, extrañada por el
total silencio de Rafaelo, le pidió a su
esposo que forzara la cerradura de la habitación (creyendo que Rafaelo había muerto), Entonces sintieron una inmunda
pestilencia y el hedor de las moscas que volaban por todo el lugar; Rafaelo no
estaba muerto; lo encontraron sentado en el piso de su habitación rodeado de
montañas y montañas de casetes de Betamax con películas pornográficas que veía
absorto, sin parpadear, sin descansar e incluso sin dormir. Por más que
intentaron moverlo del lugar, les fue imposible. Rafaelo en un estado de
mesmerismo solo pudo ser levantado por dos policías que lo golpearon después de
apagar el televisor para llevarlo a la calle y dejarlo a su suerte por orden de
la dueña de la casona. Desde esa noche, los vecinos jamás olvidaron la imagen
de los dos policías sacando a empujones a un esqueleto desnudo a la calle para
después golpearlo en las costillas y piernas. El departamento de psicología de
la Escuela donde Rafaelo trabajaba culpó la conducta del educador al stress generado
por las clases, y temiendo una denuncia por parte de este, le dió una generosa
suma de dinero para que se fuera una semana de vacaciones a las islas y
regresara renovado a sus labores. Rafaelo no solo no viajó como lo habían
propuesto sus directivos, sino que gastó todo ese dinero en pornografía. Pronto
se hizo amigo de un distribuidor mayorista de estos casetes y consiguió más
rebajas en sus compras; con el tiempo obtuvo un carnet de cliente fiel y pudo
redimir puntos en almacenes de cadena. De esto habían pasado ya tres años hasta
cuando lo conocí. Para ese entonces, Rafaelo no era solo un cadáver ambulante
que veía sus películas 18 de las 24 horas del día, sino que tenía la colección
de casetes de Betamax más grande del país de este género y las alquilaba para
suplir sus necesidades más básicas y continuar comprando más y más películas.
Así pues, que cuando no se la pasaba encerrado entre sus casetes viendo los
filmes, solía ir a beber conmigo, cosa en la que, realmente yo le llevaba amplísima
ventaja.
Cuando le hablé por primera
vez a Rafaelo de la forma en que Cuco repartía su dinero sin el mayor interés
por su denominación, vi un brillo en sus ojos que nunca había visto antes, más
aún cuando le conté que Cuco tenía un nuevo aparato para ver películas llamado
VHS. Pasó muy poco tiempo para que sustrajéramos este reproductor de su apartamento
y Rafaelo desapareciera por largas semanas mientras veía en VHS sus clásicos
remasterizados.
Sin embargo, no fue fácil
entrar por primera vez al apartamento de Cuco. Pese a que ya llevábamos un par
de meses de “amistad”, siempre fue reacio a dejarnos entrar por temor a su
abuela. Si…este imbécil de casi dos metros temía que su abuela –con quien
únicamente vivía- se ofuscara si veía a alguien extraño en el lugar. Por fortuna,
la vieja solía ir al campo un fin de
semana al mes dejando lugar para nosotros. Fue Margarita quien finalmente y
aprovechando el viaje de la anciana, lo convenció de dejarnos entrar una noche
a su apartamento. Con la excusa de crear un pacto de amistad entre los cuatro y
hacerlo parte formal de nuestra hermandad de “Amigos para Siempre”; una
estrategia que finalmente sirvió para que pudiéramos conocer el impresionante
apartamento de Cuco.
Si Rafaelo era un inútil cuya
única ambición era tener la colección de películas para adultos más grande del
mundo, Margarita era una inútil cuya sagacidad para salirse con la suya era
directamente proporcional a sus ganas de no esforzarse en demasía. Alguna vez, Margarita
trabajó para una oficina de operaciones contables. Como en esos días empezaban
a utilizar el computador para hacer las cuentas, Margarita aprendió con suma
habilidad el uso del teclado numérico a tal punto que se convirtió en la
digitadora más hábil e imprescindible de toda la empresa. Un año y medio de infatigable trabajo, Margarita
demandó a su antigua empresa por “lesiones irreversibles en su túnel carpiano”
y consiguió una pensión vitalicia gracias a los resultados de los estudios
médicos hechos casualmente por un familiar suyo.
Aquella noche de sábado,
donde por fin pudimos entrar al apartamento de Cuco y abusar con extremo
descaro de su hospitalidad y estupidez, fue el inicio del fin de aquella
hermandad y el giro irreversible de nuestras inútiles vidas hacia la fatalidad.
Continuará...
Continuará...
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