ENERGÍA INÚTIL
Por Arturo Londoño Amórtegui
Capítulo II
“Mi esposa y Yo”
Continuará…
…Aquella
noche de sábado, donde por fin pudimos entrar al apartamento de Cuco y abusar
con extremo descaro de su hospitalidad y estupidez, fue el inicio del fin de
aquella hermandad y el giro irreversible de nuestras inútiles vidas hacia la
fatalidad.
De
un tiempo para acá, Margarita se había vuelto aún más insistente en su interés
por conocer el apartamento de Cuco, y catapultada por Rafaelo, quien se moría
por ver un VHS, me había obligado literalmente a realizar un seguimiento
exhaustivo a las actividades de Cuco y su abuela (a quien no había visto jamás);
así que, esa misma semana que me lo topé en la escalera, no fue difícil obtener información sobre la ausencia de esta
para aquel fin de semana venidero. A los pocos minutos y después de pedirle
dinero prestado (el cual, como siempre, nunca pagué) llamé con urgencia a
Margarita comentándole la nueva noticia. Mi labor de informante había terminado
y no fue difícil para ella convencerlo que nos acogiera en su apartamento aquel
sábado en la noche para realizar una pequeña reunión; al fin y al cabo,
oficializaríamos su entrada a nuestra hermandad de “Amigos para Siempre”.
Creo
que Cuco estaba enamorado de Margarita. Margarita no era fea. Tampoco era
hermosa, pero sabía sacar provecho de otros recursos como el abuso excesivo de
las aperturas de sus escotes y en sus cortísimas faldas para llamar la
atención. La primera vez que Margarita, Rafaelo y yo habíamos salido junto con
Cuco, vimos de inmediato el gran potencial de su billetera. No solo pagó
costosísima cuenta del bar donde fuimos a beber, así como la cena y antes de
eso las entradas al cine y la comida; también dio dinero a Rafaelo para que
gastara en pornografía checoslovaca disfrazada de cine ecológico europeo,
compró aretes y otras joyas a Margarita quien prometió descaradamente pagarle
al lunes siguiente. Finalmente nos llevó a casa en el mismo taxi asumiendo los
costos del transporte. Como en aquella ocasión me vio tan golpeado quiso
comprarme vendas y otros medicamentos, pero yo rechacé tajantemente su
ofrecimiento abogando a que en el lugar donde nos encontrábamos no habían los necesarios
para curar mis heridas; así que le propuse me diera el dinero y como al día siguiente
tenía que ir de nuevo a revisión médica, los compraría en aquel lugar.
Al
otro día me emborraché de una manera tal que regresé a casa pasados dos días
gracias al generoso aporte del desinteresado Cuco. ¿Se podía ser más estúpido
que el? Lo dudo.
Yo
solía verme muy lastimado por ciertas épocas; no era así siempre, pero a veces
pasaba, esta era una de ellas. Cuando Cuco me preguntó sobre mi aspecto, yo
simplemente respondí que había caído por la escalera cuando traté de atrapar el
último mendrugo de pan que tenía para la cena. La técnica funcionaba de
maravilla y Cuco no solo insistió en darme dinero para mis medicamentos, también me proporcionó un dinero extra para alimentarme mejor y reponerme del todo; entonces sacaba grandes
cantidades de billetes doblados y arrugados de sus bolsillos y sin dudarlo me
los daba.
Al principio yo fingía verguenza; Mas adelante
simplemente estiraba la mano y tomaba el dinero. El ejercicio se repetía con
Margarita y Rafaelo, a quienes siempre les pasaba algo malo también. Cuco seguía dándonos dinero e invitándonos a lo que nos
antojara. Éramos felices.
A mí
me convenía que me viera herido, pues así se alarmaba y corría a darme más billetes que a los demás.
Yo ya estaba a acostumbrado a los golpes y hematomas y recibir dinero extra, me
encantaba aún más.
Siempre
viví de los golpes. Me había casado demasiado joven pero eso me tenía sin
cuidado; nunca aspiré a tener una vida muy trabajosa, por lo que cuando conocí
a Ángela (o ella me conoció a mi), acepté de inmediato la precoz propuesta de
casamiento de mujer que ya había pasado los cuarenta años, sin importar que
solo llevábamos 7 meses de conocernos. Al fin y al cabo, ella, quien trabajaba
como psicóloga me podía ofrecer lo que un joven como yo, recién salido de sus
estudios básicos y sin ningún interés por el futuro podía pedir: dinero, comida,
techo, licor y el último modelo de walkman salido al mercado.
No
pasó mucho tiempo para darnos cuenta como éramos mutuamente; ella, quien de
antemano intuía mi poco interés en conseguir trabajo, alguna vez intentó que yo
me apersonara de las labores del hogar, mientras continuaba con su empleo de
psicóloga de parejas; así que me pidió un día planchar toda nuestra ropa. El
solo hecho de conectar a la electricidad la plancha y tener que quitar todas
las arrugas produjo en mi un profundo rechazo;
así que cuando ella regresó de noche al apartamento, no solo no encontró
toda la ropa sin planchar; también halló medio lugar lleno de humo y fuego
producto dedejar la plancha conectada todo el día mientras queyo dormía plácidamente
con el televisor encendido.Ángela no dijo nada al encontrar lo sucedido. Lo
siguiente que recuerdo es verla corriendo hacia mí con la plancha aún caliente
en la mano. Luego sentí un golpe seco y ardiente en la cabeza y perdí el
sentido. No fue la primera vez que Ángela me golpeó con utensilios del hogar;
como nunca estaba pendiente del proceso de cocción de los alimentos, era muy
frecuente que estos se quemaran, así que mi esposa viendo los desastres
ocasionados por mi inutilidad culinaria, no escatimaba esfuerzos en golpearme
el rostro con las ollas aún calientes o lanzarme vasos, pocillos y platos a la
cara, e incluso sopas calientes que con el tiempo aprendí a esquivar con
agilidad. El día en que se cumplieron 10 meses desde que me pidió clavar una
puntilla para colgar un cuadro en la pared y yo no lo había hecho, me dio un
martillazo y me rompió de un solo golpe todos los dientes frontales. Como de
vez en cuando Ángela debía mostrarme en sociedad por cuestiones laborales y
familiares, no tardaba mucho en cubrir sus maltratos con cirugías y otros arreglos físicos. Yo por mi parte, me
mantenía enfocado en ver televisión, escuchar música de mi walkman, jugar
billar y dormir hasta tarde, con tal que ella me siguiera dando techo y dinero
para embriagarme; a cambio yo debía estar a su lado, mostrarme en sociedad
cuando ella lo considerara, aguantar el dolor de sus agresiones y cumplir con
los deberes conyugales dignos de mi género.
Como
en una ocasión me torció el tabique con una botella de vodka que me estaba
tomando, por fin enfurecí (mas por el hecho de que había regado el precioso
licor que por el golpe mismo) la amenacé con dejar el hogar y demandarla;
entonces, pareció entrar en una aterradora crisis de histeria nerviosa y
llanto, y en un acto de arrepentimiento desesperado para evitarlo, prometió no
ser tan drástica en su forma de actuar y no solo aumentó el dinero que me daba
para mis gastos, también me permitió pasar algo más de tiempo libre para estar
con mis amigos (por aquella época recién
había conocido a Rafaelo);y también disminuyó
un poco sus agresiones; en contrapeso a esto, empezó a insultarme con mayor
frecuenciacada vez que le placía. Definitivamente no todo podía perfecto.
Aquel
sábado, estaba libre de Ángela quien se había ido a visitar a su madre (en
realidad estaba de fiesta con sus colegas, pero me tenía sin cuidado), y tal
como se lo había prometido a Cuco, llegamos en punto de las 8:00 PM a su
apartamento. Cuando por fin asomó su cara de idiota feliz por la puerta, ví
como cambiaba su expresión de imbécil normal a imbécil enamorado justo en el
momento en que vió a Margarita.
-Sígan,
adelante, queridos amigos- dijo al abrir la puerta.
Y
entramos de inmediato dispuestos a exceder el límite de abuso ya establecido a
la confianza de Cuco. Tan pronto vi su inmensa sala con costosísimos sofás de
cuero, me lancé sobre los mismos y le pedí una cerveza (previamente le había
dado una lista mínima de compras para nuestra atención); ya había encendido un
cigarrillo cuya ceniza tiraba sobre su alfombra persa cuando vi que Margarita ya
merodeaba todos los cuartos del apartamento previa confirmación de la ausencia
de la abuela. Solo Rafaelo se encontraba retraído y distante, cruzando las
piernas y encogiendo los brazos; yo podía comprenderlo bien, me pasaba a menudo
cuando llevaba un tiempo sin beber alcohol, pero en el caso de Rafaelo, verle
salir a la calle dejando el encierro y el bienestar que su pornografía le
proporcionaban equivalía al síndrome de abstinencia de cualquier adicto. Unos
instantes después regresó Cuco con nuestras cervezas servidas en unas extrañas
copas metalizadas y brillantes más parecidas a esas de donde bebe el cura
cuando da la comunión en la iglesia que una copa de una casa normal; claro,
nada había normal en esa casa, pero después de beber toda la noche, comer todo
lo que se nos antojaba comer (cargado al servicio a domicilio pagado por Cuco),
desvalijar lo que se nos ocurría y robar varias cosas que nos parecían
curiosas, las copas raras poco importaban; sobre las 2:15 AM un sonido
diferente irrumpió el lugar, una secuencia de golpes secos y furiosos se
estrellaban contra la puerta de madera, una sorpresa inesperada había mutilado nuestra
felicidad impidiendo que Cuco fuera ingresado a nuestra hermandad, tal como
había sido nuestro objetivo inicial (si, claro…)
Continuará…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola.
Deja tus comentarios. (Un poco mas elocuentes que este mensaje, por favor).
Gracias