jueves, 25 de octubre de 2012

ENERGÍA INÚTIL Capítulo II : "Mi esposa y Yo"


ENERGÍA INÚTIL

Por Arturo Londoño Amórtegui

Capítulo II
 “Mi esposa y Yo”

 


…Aquella noche de sábado, donde por fin pudimos entrar al apartamento de Cuco y abusar con extremo descaro de su hospitalidad y estupidez, fue el inicio del fin de aquella hermandad y el giro irreversible de nuestras inútiles vidas hacia la fatalidad.



De un tiempo para acá, Margarita se había vuelto aún más insistente en su interés por conocer el apartamento de Cuco, y catapultada por Rafaelo, quien se moría por ver un VHS, me había obligado literalmente a realizar un seguimiento exhaustivo a las actividades de Cuco y su abuela (a quien no había visto jamás); así que, esa misma semana que me lo topé en la escalera, no fue difícil  obtener información sobre la ausencia de esta para aquel fin de semana venidero. A los pocos minutos y después de pedirle dinero prestado (el cual, como siempre, nunca pagué) llamé con urgencia a Margarita comentándole la nueva noticia. Mi labor de informante había terminado y no fue difícil para ella convencerlo que nos acogiera en su apartamento aquel sábado en la noche para realizar una pequeña reunión; al fin y al cabo, oficializaríamos su entrada a nuestra hermandad de “Amigos para Siempre”.

Creo que Cuco estaba enamorado de Margarita. Margarita no era fea. Tampoco era hermosa, pero sabía sacar provecho de otros recursos como el abuso excesivo de las aperturas de sus escotes y en sus cortísimas faldas para llamar la atención. La primera vez que Margarita, Rafaelo y yo habíamos salido junto con Cuco, vimos de inmediato el gran potencial de su billetera. No solo pagó costosísima cuenta del bar donde fuimos a beber, así como la cena y antes de eso las entradas al cine y la comida; también dio dinero a Rafaelo para que gastara en pornografía checoslovaca disfrazada de cine ecológico europeo, compró aretes y otras joyas a Margarita quien prometió descaradamente pagarle al lunes siguiente. Finalmente nos llevó a casa en el mismo taxi asumiendo los costos del transporte. Como en aquella ocasión me vio tan golpeado quiso comprarme vendas y otros medicamentos, pero yo rechacé tajantemente su ofrecimiento abogando a que en el lugar donde nos encontrábamos no habían los necesarios para curar mis heridas; así que le propuse me diera el dinero y como al día siguiente tenía que ir de nuevo a revisión médica, los compraría en aquel lugar. 

Al otro día me emborraché de una manera tal que regresé a casa pasados dos días gracias al generoso aporte del desinteresado Cuco. ¿Se podía ser más estúpido que el? Lo dudo.


Yo solía verme muy lastimado por ciertas épocas; no era así siempre, pero a veces pasaba, esta era una de ellas. Cuando Cuco me preguntó sobre mi aspecto, yo simplemente respondí que había caído por la escalera cuando traté de atrapar el último mendrugo de pan que tenía para la cena. La técnica funcionaba de maravilla y Cuco no solo insistió en darme dinero para mis medicamentos, también me proporcionó un dinero extra para alimentarme mejor y reponerme del todo; entonces sacaba grandes cantidades de billetes doblados y arrugados de sus bolsillos y sin dudarlo me los daba.

Al principio yo fingía verguenza; Mas adelante simplemente estiraba la mano y tomaba el dinero. El ejercicio se repetía con Margarita y Rafaelo, a quienes siempre les pasaba algo malo también. Cuco seguía dándonos dinero e invitándonos a lo que nos antojara. Éramos felices.

A mí me convenía que me viera herido, pues así se alarmaba  y corría a darme más billetes que a los demás. Yo ya estaba a acostumbrado a los golpes y hematomas y recibir dinero extra, me encantaba aún más.

Siempre viví de los golpes. Me había casado demasiado joven pero eso me tenía sin cuidado; nunca aspiré a tener una vida muy trabajosa, por lo que cuando conocí a Ángela (o ella me conoció a mi), acepté de inmediato la precoz propuesta de casamiento de mujer que ya había pasado los cuarenta años, sin importar que solo llevábamos 7 meses de conocernos. Al fin y al cabo, ella, quien trabajaba como psicóloga me podía ofrecer lo que un joven como yo, recién salido de sus estudios básicos y sin ningún interés por el futuro podía pedir: dinero, comida, techo, licor y el último modelo de walkman salido al mercado.

No pasó mucho tiempo para darnos cuenta como éramos mutuamente; ella, quien de antemano intuía mi poco interés en conseguir trabajo, alguna vez intentó que yo me apersonara de las labores del hogar, mientras continuaba con su empleo de psicóloga de parejas; así que me pidió un día planchar toda nuestra ropa. El solo hecho de conectar a la electricidad la plancha y tener que quitar todas las arrugas produjo en mi un profundo rechazo;  así que cuando ella regresó de noche al apartamento, no solo no encontró toda la ropa sin planchar; también halló medio lugar lleno de humo y fuego producto dedejar la plancha conectada todo el día mientras queyo dormía plácidamente con el televisor encendido.Ángela no dijo nada al encontrar lo sucedido. Lo siguiente que recuerdo es verla corriendo hacia mí con la plancha aún caliente en la mano. Luego sentí un golpe seco y ardiente en la cabeza y perdí el sentido. No fue la primera vez que Ángela me golpeó con utensilios del hogar; como nunca estaba pendiente del proceso de cocción de los alimentos, era muy frecuente que estos se quemaran, así que mi esposa viendo los desastres ocasionados por mi inutilidad culinaria, no escatimaba esfuerzos en golpearme el rostro con las ollas aún calientes o lanzarme vasos, pocillos y platos a la cara, e incluso sopas calientes que con el tiempo aprendí a esquivar con agilidad. El día en que se cumplieron 10 meses desde que me pidió clavar una puntilla para colgar un cuadro en la pared y yo no lo había hecho, me dio un martillazo y me rompió de un solo golpe todos los dientes frontales. Como de vez en cuando Ángela debía mostrarme en sociedad por cuestiones laborales y familiares, no tardaba mucho en cubrir sus maltratos con cirugías y  otros arreglos físicos. Yo por mi parte, me mantenía enfocado en ver televisión, escuchar música de mi walkman, jugar billar y dormir hasta tarde, con tal que ella me siguiera dando techo y dinero para embriagarme; a cambio yo debía estar a su lado, mostrarme en sociedad cuando ella lo considerara, aguantar el dolor de sus agresiones y cumplir con los deberes conyugales dignos de mi género.

Como en una ocasión me torció el tabique con una botella de vodka que me estaba tomando, por fin enfurecí (mas por el hecho de que había regado el precioso licor que por el golpe mismo) la amenacé con dejar el hogar y demandarla; entonces, pareció entrar en una aterradora crisis de histeria nerviosa y llanto, y en un acto de arrepentimiento desesperado para evitarlo, prometió no ser tan drástica en su forma de actuar y no solo aumentó el dinero que me daba para mis gastos, también me permitió pasar algo más de tiempo libre para estar con mis amigos (por aquella  época recién había conocido a Rafaelo);y  también disminuyó un poco sus agresiones; en contrapeso a esto, empezó a insultarme con mayor frecuenciacada vez que le placía. Definitivamente no todo podía perfecto.

Aquel sábado, estaba libre de Ángela quien se había ido a visitar a su madre (en realidad estaba de fiesta con sus colegas, pero me tenía sin cuidado), y tal como se lo había prometido a Cuco, llegamos en punto de las 8:00 PM a su apartamento. Cuando por fin asomó su cara de idiota feliz por la puerta, ví como cambiaba su expresión de imbécil normal a imbécil enamorado justo en el momento en que vió a Margarita.

 
-Sígan, adelante, queridos amigos- dijo al abrir la puerta.


Y entramos de inmediato dispuestos a exceder el límite de abuso ya establecido a la confianza de Cuco. Tan pronto vi su inmensa sala con costosísimos sofás de cuero, me lancé sobre los mismos y le pedí una cerveza (previamente le había dado una lista mínima de compras para nuestra atención); ya había encendido un cigarrillo cuya ceniza tiraba sobre su alfombra persa cuando vi que Margarita ya merodeaba todos los cuartos del apartamento previa confirmación de la ausencia de la abuela. Solo Rafaelo se encontraba retraído y distante, cruzando las piernas y encogiendo los brazos; yo podía comprenderlo bien, me pasaba a menudo cuando llevaba un tiempo sin beber alcohol, pero en el caso de Rafaelo, verle salir a la calle dejando el encierro y el bienestar que su pornografía le proporcionaban equivalía al síndrome de abstinencia de cualquier adicto. Unos instantes después regresó Cuco con nuestras cervezas servidas en unas extrañas copas metalizadas y brillantes más parecidas a esas de donde bebe el cura cuando da la comunión en la iglesia que una copa de una casa normal; claro, nada había normal en esa casa, pero después de beber toda la noche, comer todo lo que se nos antojaba comer (cargado al servicio a domicilio pagado por Cuco), desvalijar lo que se nos ocurría y robar varias cosas que nos parecían curiosas, las copas raras poco importaban; sobre las 2:15 AM un sonido diferente irrumpió el lugar, una secuencia de golpes secos y furiosos se estrellaban contra la puerta de madera, una sorpresa inesperada había mutilado nuestra felicidad impidiendo que Cuco fuera ingresado a nuestra hermandad, tal como había sido nuestro objetivo inicial (si, claro…)


Continuará…
 

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