ENERGÍA
INÚTIL
Por Arturo Londoño Amórtegui
Capítulo III
“La mancha naranja”
(…) pero después de beber toda la noche, comer todo lo
que se nos antojaba comer (cargado al servicio a domicilio pagado por Cuco),
desvalijar lo que se nos ocurría y robar varias cosas que nos parecían
curiosas, las copas raras poco importaban; sobre las 2:15 AM un sonido
diferente irrumpió el lugar, una secuencia de golpes secos y furiosos se
estrellaban contra la puerta de madera; una sorpresa inesperada había mutilado
nuestra felicidad impidiendo que Cuco fuera ingresado a nuestra hermandad, tal
como había sido nuestro objetivo inicial (si, claro…)
Al principio no habíamos escuchado absolutamente nada de los golpes en la puerta. Era lógico: Margarita había subido todo el volumen al gigantesco y plateado estéreo de Cuco después de sacar uno a uno los casetes de la inmensa colección de este, dándose a la tarea de investigar el artista correspondiente, ya que la cajas de todos los casetes eran blancas y no tenía otra marca mas que un pequeño triángulo invertido de color gris y un número en su esquina inferior derecha. Lo más probable era que aquella cifra perteneciera al número del casete dentro de la colección; el último número que le escuché a Margarita fue el 1633. La verdad, a mi poco me importaba la cantidad de casetes que tuviera o cuán grande y tecnológicamente avanzado fuera su estéreo; yo había encontrado en el mini bar del apartamento una quimera tangible: vodka, whisky, ron, ginebra, tequila, sake, brandy…en fin, una ilimitada gama de botellas de todas las formas, olores y tipos, todas sin abrir; así que yo, echado en el sofá de cuero blanco, esperaba a que Cuco (quien se multiplicaba entre los caprichos de Margarita y las peticiones de Rafaelo), se acercara con un coctel diferente a cada rato, el cual yo saboreaba y luego dejaba en el piso junto a una gran cantidad de copas, vasos y botellas que había acumulado desde el momento de mi etílico descubrimiento. A veces, Cuco se acercaba a mi con un nuevo licor y luego de verme beberlo, me miraba y agachando la mirada me decía:
-Y… ¿a qué horas vamos a hacer el juramento de “Amigos para siempre?”
Yo veía sus ojos llenos de esperanza y anhelos de pertenecer a nuestro selecto grupo, motivo por el cual se había convertido en nuestro esclavo y fuente de provecho económico, luego miraba alrededor, veía a Margarita metiendo una que otra pequeña porcelana dentro de su gigantesco bolso y sacándole la cinta a los casetes; luego reconocía a Rafaelo venir tembloroso del cuarto de la abuela de Cuco (donde por fin pudo ver sus nuevas películas funcionando en el reproductor de VHS), y finalmente me veía a mí, con los bolsillos llenos del dinero de Cuco, eufórico y feliz, con mi sangre nadando en su licor; entonces le respondía:
-Más tarde Cuco, más tarde… Este es un privilegio que no todos pueden tener…pero estás demostrando que te lo mereces…ánimo, tu puedes lograrlo…
Pero entonces, después de la cuarta vez que Cuco volvía a preguntarme con urgencia a que hora lo haríamos miembro oficial de los “Amigos para Siempre”, por fin sentimos los golpes secos e insistentes en la puerta de madera. Miramos a Cuco quien se dirigió lo más rápido que su gigantesco y obeso cuerpo se lo permitían y abrió la puerta sin preguntar.
-Supongo que estás aquí…porque es el último lugar donde podría estar un imbécil como tu…-Dijo una voz chillona y furiosa que hizo que el mismo Cuco se moviera a un lado, dejando entrar el menudo cuerpo de una mujer cuya mirada incandescente se movía inquietante en busca de alguien. Era Ángela.
Tan pronto me localizó tirado en el sofá, se abalanzó sobre mi dando un salto en el aire, y antes de caer completamente sobre mi cuerpo, ya me había aruñado el rostro haciéndolo sangrar de inmediato. Luego comenzó a darme una seguidilla de puños en la cara a medida que repetía:
-¿Dónde están mis malditas llaves? ¿Dónde están mis jodidas malditas laves, Imbécil?
Al estar tan ebrio, la situación solo me causaba risa, cosa que aumentaba la ira de Ángela a tal punto que se levantó de dónde estaba y tomó una de las botellas que estaban en el piso, y ante la mirada atónita de Cuco, Margarita y Rafaelo, me la estalló de frente en la cara, dejándome aturdido. Solo pude escuchar entre confusos sonidos momentos después, como Ángela arremetía contra Rafaelo, quien le rogaba no le golpeara más con el tacón de su zapato y como Margarita le reclamaba el por qué no llevaba consigo sus propias llaves y debía interrumpirme en mis momentos de esparcimiento. Finalmente intenté ponerme de nuevo de pié y dirigirme hacia mi esposa antes de que esta tomara una de las lámparas de cristal que se encontraban en una esquina y me partiera la cabeza en dos, haciéndome perder por completo el sentido. Las últimas palabras que escuché provenían de Cuco quien reclamaba:
- Cuando hacemos nuestro juramento de “Amigos para siempre?
Dos semanas después, volví a hablar con Margarita. Ella golpeó a mi puerta y yo, aprovechando que Ángela había ido a trabajar, me las arreglé para forzar la cerradura del cuarto donde me había encerrado para asi poder llegar a la puerta principal y abrirla. No la reconocí en un principio ya que estaba envuelta en un abrigo largo y cubría su rostro con una bufanda de lana y unas gafas negras. Una imagen bastante diferente a la colorida y des complicada que solía tener
Inútil, ¿Cómo estás?- Me dijo al verme-
-mal- Respondí secamente
-Y Ángela?
-Trabajo-balbuceé
-Pobre de ella-me dijo finalmente antes de entrar y abrazarme.
El abrazo de Margarita me dolió (no sentimentalmente, sino de forma física). Porque ya había pasado una semana desde que salí del hospital y ocho días más de reposo posterior en casa, pero aún no lograba recuperarme del todo, principalmente porque tenía el rostro vendado como una momia y solo podía consumir líquidos. El solo hecho de hablar hacía que me retorciera del dolor, aunque ver de nuevo a Margarita valía la pena completamente.
Margarita no entró a la sala. Se quedó solo unos metros delante de la puerta. Su semblante no era el mismo de siempre, era serio y severo. Realmente no parecía Margarita sin una tía amargada de ella.
-mal- Respondí secamente
-Y Ángela?
-Trabajo-balbuceé
-Pobre de ella-me dijo finalmente antes de entrar y abrazarme.
El abrazo de Margarita me dolió (no sentimentalmente, sino de forma física). Porque ya había pasado una semana desde que salí del hospital y ocho días más de reposo posterior en casa, pero aún no lograba recuperarme del todo, principalmente porque tenía el rostro vendado como una momia y solo podía consumir líquidos. El solo hecho de hablar hacía que me retorciera del dolor, aunque ver de nuevo a Margarita valía la pena completamente.
Margarita no entró a la sala. Se quedó solo unos metros delante de la puerta. Su semblante no era el mismo de siempre, era serio y severo. Realmente no parecía Margarita sin una tía amargada de ella.
-También la tienes? – Me pregunto
-Que? Tengo que?- Consté lentamente
-La mancha…
-Cual mancha?
-La mancha naranja
-Eh? Que?
Mi respuesta pareció molestar a Margarita, así que impulsivamente me tomó por los hombros y me alejó de la puerta que cerró con ayuda de su pié. Entonces se quitó las gafas, la bufanda y se descubrió parte del abrigo dejando ver su cuello desnudo.
Mis ojos se abrieron de sorpresa. Había por fin entendido a que se refería.
Margarita tenía una gran mancha naranja que se extendía por etapas sobre parte de su rostro y que cubría sus brazos, cuello y quien sabe que otras partes de su cuerpo; una mancha de color naranja encendido que parecía provenir de su nuca. Aquel traje encubierto no era para esconderse de Ángela sino para disimular su propia mancha monstruosa.
-La ves?, si la ves?-Me dijo preocupada al tiempo que se señalaba la mancha sobre el cuello- La tienes también?- La semana pasada hablé con Rafaelo…tiene la misma mancha, ya le llega a las piernas… No sale de su casa, está asustado…dime, la tienes?
-No…no creo-le respondí asustado por la misma angustia con que me hablaba de Rafaelo.
-Hay que ver…eso me tiene preocupada-dijo a medida que me empezaba a quitar las vendas del rostro.
-Hay que ver…eso me tiene preocupada-dijo a medida que me empezaba a quitar las vendas del rostro.
De un momento a otro comenzó a acelerar la velocidad con que me quitaba la venda a medida que su mirada se hacía aterradora.
No hubo necesidad de quitarme por completo los vendajes. Margarita permaneció atónita observándome, hasta que por fin se decidió a hablar.
-También tienes la mancha…estamos jodidos…que diablos tenemos todos?
Sus ojos se pusieron llorosos, Yo caminé hacia un espejo de pared cercano y comprobé la veracidad del descubrimiento de Margarita, Me había invadido una gran mancha naranja. Entramos en pánico colectivo.
Bebimos un par da vasos de whisky para calmarnos, pero seguíamos sin hallar explicación a aquella marca en nuestro cuerpo y que nos nacía de la nuca. Lo único en que coincidíamos era la fecha en que los tres estuvimos cerca; por analogía establecimos el lugar común: El apartamento de Cuco. Entonces nos dirigimos allá con el interés de saber si Cuco también se había contagiado de la mancha naranja y de paso, sacarle algo de dinero estuviera o no contagiado.
Golpeamos una y otra vez, y Cuco, quien siempre había abierto casi de inmediato, no salió a la puerta. Tampoco salió su misteriosa abuela. Continuamos golpeando insistentemente hasta que tanto ruido hizo que la vecina del apartamento contiguo abriera la puerta y saliera al pasillo.
No la determinamos en absoluto y continuamos golpeando cada vez más fuerte, hasta que sentimos su presencia cercana.
-No hay nadie ahí adentro-dijo la mujer
-Si, Cuco siempre está allí a esta hora-le alegué con el conocimiento que me daba la experiencia-
-No, en serio, no hay nadie ahí-insistió de nuevo
-Mire Señora…- alcanzó a decir Margarita antes que la mujer la interrumpiera-
-Ustedes son sus amigos?-preguntó- Es que acaso no saben?
-No sabemos que?-Le dije asustado por el cambio en el tono de su voz-
-El joven Cuco se enfermó de repente…lo siento mucho, murió la semana pasada….
-Si, Cuco siempre está allí a esta hora-le alegué con el conocimiento que me daba la experiencia-
-No, en serio, no hay nadie ahí-insistió de nuevo
-Mire Señora…- alcanzó a decir Margarita antes que la mujer la interrumpiera-
-Ustedes son sus amigos?-preguntó- Es que acaso no saben?
-No sabemos que?-Le dije asustado por el cambio en el tono de su voz-
-El joven Cuco se enfermó de repente…lo siento mucho, murió la semana pasada….
Continuará….
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