martes, 27 de noviembre de 2012

Energía Inútil Capítulo IV : ¨Una feliz (nueva) vida"



ENERGÍA INÚTIL

Por Arturo Londoño Amórtegui
Capítulo IV
 “Una Feliz (nueva) vida”




-No hay nadie ahí adentro-dijo la mujer
-Si, Cuco siempre está allí a esta hora-le alegué con el conocimiento que me daba la experiencia-
-No, en serio, no hay nadie ahí-insistió de nuevo
-Mire Señora…- alcanzó a decir Margarita antes que la mujer la interrumpiera-
-Ustedes son sus amigos?-preguntó- Es que acaso no saben?
-No sabemos que?-Le dije asustado por el cambio en el tono de su voz-
-El joven Cuco se enfermó de repente…lo siento mucho, él se murió la semana pasada….

Muy pocas veces había visto en Margarita aquella sonrisa nerviosa que rayaba en la demencia. De pronto, sus comisuras empezaron a tomar voluntad propia y se movían indiscriminadamente transformando su rostro pálido de ojos vidriosos e inexpresivos, en un incipiente remedo de la alegre, descomplicada y aprovechada mujer que había sido solo apenas unos segundos atrás.

El tono serio y sentido de la vecina de Cuco no daban pié a pensar que todo ello se trataba de una cuel broma. Margarita quedó en shock y yo sentí como un látigo ardiente me quemaba por dentro desde la tráquea hasta el estómago.

Me acerqué tembloroso a la mujer y entre los miles de interrogantes que aquella noticia me había dado en tan cortos instantes, solo pude articular:

-¿Cómo… como fue?...¿Qué fue lo que le pasó a Cuco?

-La verdad, joven-me dijo la mujer- yo no se mucho de eso, empezó a salir menos, y se le veía como triste, apenas salía a la puerta. Después no salió más. El miércoles pasado me encontré con su abuelita. Ella es como callada también, le pregunté que como se encontraba ya que hacía mucho tiempo no la veía por acá, me dijo que había vuelto de su pueblo para cuidar al joven Cuco quien estaba enfermo en cama. A la mañana siguiente vimos como entraban los paramédicos a su apartamento. Yo pensé que había sido la señora-como ya está toda viejita, eso en cualquier momento se podía morir- pero luego la vi salir detrás de la camilla, me di cuenta que no había sido ella…los paramédicos estaban sacando el cuerpo del joven Cuco… ya todo tapadito con una sábana blanca…-la mujer comenzó a sollozar-. Tan joven que era, tan atento…tan bueno…pobrecito…

Volteé a mirar a Margarita y pude notar que tenía los ojos inundados en lágrimas.

¿Pero…como, que le pasó? ¿De qué se murió Cuco?- Le pregunté desesperado, casi levantándole la voz.

-La abuelita- no nos quiso decir nada. Estaba seria…callada….pobrecita. Solo lo tenía a el. Dios le de consuelo.-Y continuó llorando-

Yo me tomé la cabeza tratando de hacer conjeturas de lo que había ocurrido, empecé a recordar los últimos instantes que había pasado al lado de Cuco, pero solo lo veía sirviéndome más y más alcohol aquella noche. Luego recordé la llegada de Ángela y el golpe que me dejó inconsciente. Nada más. Hice un nuevo esfuerzo para acordarme de sus gestos, sus palabras… las últimas acciones que realizó… pero solo volví a recordarlo sirviéndome licor y yo quitándole su dinero. Lo voy a extrañar mucho, pensé, y le agradecí diplomáticamente a la mujer por la información, realmente ya estaba harto de sus lloriqueos y me dirigí hacia Margarita para salir del edificio; aquella noticia nos había afectado tanto que no dudaríamos en ir a emborracharnos para recordar a nuestro querido Cuco; realmente eso era todo lo que deseaba en aquel momento.

Casi a punto de tomar las escaleras para ir a la entrada, la mujer dijo de repente:

-Lamento mucho su pérdida…se nota que eran muy unidos…hasta se pintaban la cara igual…
Margarita y yo nos miramos de inmediato y salimos a paso acelerado del lugar. Aquel comentario era una referencia a las manchas naranjas que teníamos en todo el cuerpo. Esto empeoraba aún más la situación: No solo Cuco, nuestro “benefactor” había muerto en condiciones misteriosas, sino que también tenía la maldita mancha naranja que nos cubría gran parte de la piel. ¿Estaríamos acaso contagiados? ¿Seríamos los próximos en morir?. La angustia comenzó a roernos por dentro, y por primera vez en muchos años, sentí lo que era el miedo y la desesperación por el futuro.


Por fortuna, no duró mucho.


Exactamente once días después de habernos enterado de la muerte de Cuco, todo ocurrió.
No solo continuábamos vivos, sino que a partir de entonces, comenzaron a ocurrirnos una serie de eventos extraordinariamente fortuitos que cambiaron nuestra vida para siempre.

Margarita-quien luego de enterarse de que el finado Cuco también portaba nuestra mancha naranja-corrió donde su familiar médico (el mismo que había logrado demostrar la invalidez de su mano por su problema carpiano), y luego de los correspondientes y exhaustivos exámenes del caso, comprobó felizmente que se encontraba en perfecto estado de salud, siendo su único inconveniente la gran mancha naranja que no pudo ser quitada por el médico; de todas maneras, era mejor tener la piel de este color que estar infectada y condenada a muerte. Con la salud y ánimos renovados, Margarita solo tuvo que esperar menos de cuatro días para que la suerte volviera a favorecerla, y, ¿qué mejor suerte que le llegara lo que toda su vida había anhelado con desesperación? No era amor, no era conocimiento, no era experiencia. Era simplemente dinero, y ahora, Margarita tenía todo el que había soñado tener: Había ganado la lotería, con la suerte de quien nunca la compra y encuentra un boleto abandonado: El boleto ganador. En menos de semanas, Margarita había olvidado el llanto derramado por la muerte de Cuco, y empezaba a despilfarrar el dinero ganado en la lotería de la manera más descarada posible.

Pero, no solo el destino había cambiado para Margarita. Rafaelo, quien por larguísimas temporadas desaparecía para enclaustrarse en los oscuros rincones de su infinita colección pornográfica, había sufrido una alteración en su vida, quizás radicalmente más grande que el de la misma Margarita. Rafaelo, había conocido el amor. Era difícil coordinar la idea de que Rafaelo, el solitario y erudito de los temas sexuales, propietario de una de las más impresionantes colecciones de películas pornográficas en betamax de todo el país, cambiara sus conversaciones, y mencionara el nombre de su amor tres de cada cinco palabras que hablaba. Se llamaba Natasha Arantes, era una rubia exuberante, algo esotérica, y … además había protagonizado una buena cantidad de las películas de la colección de  Rafaelo. Era amor verdadero, a tal grado, que pese a conocerse relativamente hace poco, ya hablaban de matrimonio.

Rafaelo se había obsesionado con Natasha y la había logrado conocer por fin a la semana que Ángela me rompió la cara en casa de Cuco, gracias a un amigo mutuo. Se hicieron amantes de inmediato y lo que para Margarita y para mi se había convertido en una marca maldita, para Rafaelo fue la razón para que la excéntrica actriz se fijara en el: la mancha naranja. Realmente se les veía enamorados. Yo, que no sabía lo que era en verdad eso, tampoco me causó mucho interés, Ángela había cambiado radicalmente conmigo desde que vió en mi la gran mancha naranja. Al creer que era contagioso, decidió alejarse lo que más pudo e incluso se fue a dormir al sofá dejándome la cama matrimonial a mi disposición. Ya poco me molestaba ni agredía como en tiempos anteriores y solo me hablaba a lo lejos. Pasadas unas semanas con su nueva actitud descubrí que era la forma en que la fortuna me beneficiaba: estaba tranquilo; y eso era sufiente.

Dias después me llamó por teléfono para comentarme que había sido nombrada en un alto cargo del Instituto Nacional de Sicología pero que antes debía salir fuera de la ciudad realizando unos cursos de capacitación inicial. Me alegraba gratamente no tener que verla y podría sobrevivir si me dejaba comida y dinero para emborracharme. Así fue.

Había ya trascurrido cuatro meses desde que Margarita había ganado la lotería, Rafaelo conseguido novia y yo dejado de ser golpeado, cuando sentí su olor por primera vez. Era sábado y nos encontrábamos de vacaciones en una isla llamada Moncowa, a dos horas del litoral pacífico. Margarita quien ya no sabía en qué gastarse el dinero, organizó una salida a la pequeña isla y nos invitó a Rafaelo, Natasha y a mí con todos los gastos pagos por el tiempo que quisiéramos, (esto podía ser dos semana o incluso un mes). No había límite ni restricción de tiempo. Podríamos perder nuestro tiempo tanto como quisiéramos, algo que siempre cumplíamos a cabalidad.

Para llegar a Moncowa, hay que navegar en un bote a motor por casi cincuenta minutos y en cierto punto, al momento de llegar a la playa, hay que bajarse y caminar con el mar al nivel de la cintura. Como yo no sabía nadar y estaba muy a gusto bebiendo cerveza, le pagamos a uno de los navegantes para que me cargara hasta la playa; al darme cuenta que la arena estaba extremadamente  caliente, hice que el hombre me siguiera cargando hasta una cabaña donde nos íbamos a quedar y la cual estaba largos metros dentro de la isla. Margarita había hecho lo mismo, solo que era transportada por dos hombres que la mecían levemente sobre las aguas cristalinas sin permitir que la mojaran. La técnica de hacerse cargar por toda la playa nos había parecido muy cómoda y práctica, sobre todo para mi, que no conocía antes ni el mar ni la arena, así que decidimos pagarle al hombre (quien ya estaba adentrado en una edad madura) para que permaneciera a mi servicio. Al ver la gruesa suma de dinero ofrecida por la risueña Margarita, el hombre no tuvo más opción que acceder a mi propuesta. Así que, mientras yo disfrutaba bebiendo todo lo que el bar de la cabaña me ofrecía, el hombre me llevaba sobre su espalda a cada lugar que a mí se me ocurría: a las hamacas, de regreso a la playa, al mar, al baño… yo no tenía por qué preocuparme que mis pies tocaran la arena ardiente. Había conseguido mi propio carguero. Entretanto, Margarita había contratado un sequito de 16 personas exclusivamente para su caprichoso servicio; se había convertido entonces en la emperatriz de Moncowa y era refrescada por tres sendos abanicos de dos metros hechos con plumas de avestruz, alimentada directamente a su boca con frutas y especias importadas, masajeada y exfoliada por un comando de fisiculturistas  apenas cubiertos por un ridículo taparrabos, además de un conjunto de música tropical que debía interpretar de manera inmediata cualquier canción que a su ama se le ocurriera a ritmo  de calipso. Rafaelo y Natasha dormían al lado de una piscina cercana a la cabaña. Natasha (librada de cualquier tipo de envoltura), era el único motivo que me hacía interesarme por la ubicación de Rafaelo. De resto, me encontraba plenamente realizado gracias a mi nuevo medio de transporte.

-Hay cocos en esta isla? – le pregunté mientras me balanceaba en la hamaca-
-Si, todas esas palmeras están llenas de cocos-respondió mi carguero-
-Vamos por un coco!-le dije- quiero tomar uno yo mismo-le dije señalándole un grupo de palmeras

El hombre al principio no me había entendido, y cuando llegamos a la palmera, se puso al frente de la base para que yo empezara a escalar, pero  yo no lo hice, le recordé que debía llevarme cargado a todo lugar donde le indicara, así que, a regañadientes, el hombre empezó a escalar la palmera conmigo sobre su espalda. Al principio no le fue fácil e intentó renunciar a la idea, pero con solo mencionarle el pago, retomó sus fuerzas y comenzó a subir a medida que pujaba y sudaba copiosamente. Después de largos minutos y habiendo resbalado en varias ocasiones, llegamos a la parte superior, donde pude tomar dos cocos. La verdad pensé que eran diferentes como los pintaban en las caricaturas, así que el desencanto me llevó a lanzarlos a la arena y volver a regresar a la playa sobre la espalda de mi carguero. Al buscar a Margarita vi que estaba disfrutando de los cuidados extremos proporcionados por su séquito y se encontraba en un estado de inmovilidad extrema debido a su relajación; su relajación estaba a tal punto que dos mujeres debían mover su mandíbula para que masticara una gran cantidad de frutos que para mí eran desconocidos. Quise ir al mar para probar que tan salado decían que era, y nadar un poco, pero como no sabía nadar, mi carguero tuvo que hacerlo por mí y estuvo a punto de ahogarse varias veces debido a mi peso. Después me percaté que no había vuelto a ver a Rafael ni a Natasha, así que mi carguero y yo fuimos en busca de ellos y nos adentramos en los matorrales. Momentos después los descubrimos sobre la hierba emulando una de las escenas de las películas en las que Natasha participaba. No niego que permanecí allí un largo rato observando, hasta que empecé a percibir el olor de un perfume que no podía reconocer pero que me parecía familiar. Un olor semejante a colonia de niño, con un fuerte almizcle dulce. Pasé largo tiempo pensando la procedencia de este olor familiar a tal punto que me desenfoqué de mi voyerismo y permanecí entre los matorrales pensando. Luego de una hora un escalofrío me turbó cuando recordé quien olía de esa manera: Cuco.

Hice que mi carguero corriera hasta la playa hasta llegar a la cabaña de Margarita donde todo su grupo de atención se encontraba rodeándola. Algo había pasado. Cuando por fin llegamos frente suyo la vi en estado de shock, temblando e impresionantemente pálida tumbada sobre un canapé de mimbre. Unas mujeres le proporcionaban viento rápidamente con ayuda de los inmensos abanicos.

Margarita me vio y se lanzó a abrazarme.
-Lo vi, lo vi-me dijo temblorosa- estaba allí sentado en la escalera-era el…era el!
-Era… quién?-pregunté-
-Cuco!, Cuco, maldita sea! Vi su fantasma! Se quedó mirándome…se le veía tan triste…tan solitario…luego se fue.

Si no hubiera sentido su olor, hubiera pensado que Margarita me tomaba del pelo, pero no era así, podía ser una farsante capaz de engañar a una compañía para ganar un pensión por incapacidad, pero conocía esa cara, ese temblor, si ella lo había visto, yo le creía. Mi olfato nunca me había engañado. De todos estos años de golpes y abusos por parte de Ángela, era el olfato el único sentido que aún tenía cien por ciento completo. Rafaelo y Natasha volvieron de noche a la cabaña. Parecían distantes y Natasha (quien no tenía pelos en la lengua), dijo en voz alta con el ánimo de avergonzar a Rafaelo:

-Veamos si esta noche no me fallas como hoy en la tarde…jajaja imagínense…no hizo nada por que una " vocecita" le hablaba al oido! Valiente impotente!
-Vocecita?- le pregunte-
-Si, dijo ella-dizque un tal Cuco le susurraba cosas…jajajaja.

Cuando la segunda embarcación que traía comida exótica, varios kilos de tomates, huevos, leche y ensalada –destinados a lanzárnoslos en la cara a modo de juego - así como un grupo de colegas de Natasha quienes a último momento habían podido abordar la embarcación,  arribaron a la isla, ya habíamos perdido el interés por divertirnos. Los tres habíamos sentido la presencia de Cuco de alguna forma, sea oliendo su infantil fragancia, escuchándolo o viéndolo. De alguna manera comenzamos a sentir un sentimiento de remordimiento y culpa por la forma en que abusamos de su hospitalidad, robamos su dinero y nos aprovechamos de su estupidez de la forma más descarada y abierta jamás existente. Quizás, aquella mancha naranja regada por todos nuestros cuerpos era la prueba de nuestra culpa.

Por más que intentamos adaptarnos al caluroso y vacacional ambiente, no fue asi. Durante los tres dias que únicamente pudimos pasar en Moncowa, las visiones sobre Cuco se hicieron más repetitivas, así como sus susurros o su olor. Era imposible como Margarita lo llegó a pensar, que realmente Cuco estaba con vida y ahora nos jugaba una macabra broma; todos lo habíamos visto en el cementerio siendo los únicos que lo habían acompañado a su última morada (ni siquiera su abuela estuvo con el); Realmente Cuco estaba muerto y el espectro que se paseaba en la isla no hacía más que atormentarnos; Margarita entró en un estado de histeria continua, Rafaelo en uno de impotencia prolongada y yo…yo he de reconocer que el alcohol no me estaba generando el valor y la seguridad que siempre me producían…el espectro de Cuco nos acosaba a tal punto que terminamos encerrados los tres en un cuarto de la cabaña.

Entonces, al fin alguien dijo algo sensato y nos llevó a buscar una salida posible a aquella situación.

-¿Ustedes eran muy amigos de ese Cuco?-preguntó Natasha-
-Solo cuando nos convenía-respondí
-Cuando yo era niña-continuó-mi nana siempre me prohibía que metiera algún objeto en las tomas de electricidad, y siempre que estaba a punto de hacerlo, ella aparecía, me regañaba y me hacía prometer que nunca más lo haría. Cuando se murió, yo seguí escuchando por mucho tiempo su misma voz cada vez que me acercaba a una toma de electricidad; sentía que estaba allí y la oía haciéndome prometer que nunca meterá algo allí…maldita vieja…

-¿y?- preguntó Margarita sollozando

-Tal vez Cuco está aún aquí por algo…algo que lo ata a este mundo-dijo Natasha mientras se envolvía en una toalla.

-Quizás se quiere vengar de todo lo que le hicimos-dije en tono de burla, aunque mas desesperada que mal intencionada.

-LA HERMANDAD!- gritó Rafaelo-quien había permanecido en silencio todo este tiempo-
-Siempre lo ilusionamos con hacer tal juramento de los “Amigos para siempre”-prosiguió- era la excusa para aprovecharnos de el…ese fantasma está aquí por eso!

-Estupidez!, Tontería, cuento idiota, jajajaja-protesté-y en aquel momento sentí de nuevo su olor-

-Si, !-dijo Margarita- Si la única forma de que Cuco nos deje de joder es cumpliendo ese juramento… hagámoslo!


Natasha se involucró aún más convirtiéndose en nuestra guía espiritual de invocaciones (gracias a la experiencia de su nana), pero el fantasma de Cuco solo continuaba atormentándonos en lugar de unirse a nuestra ceremonia.

Exhausta, Natasha finalmente  admitió:

-Es imposible hacerlo así.... problema está en el lugar, hay que llamar a  su espíritu en el sitio donde iban a hacer el juramento, tal vez así si  se manifieste...


Así fué como regresamos  esa misma tarde a la ciudad; y entonces... ya nada volvió a ser como antes.

Continuará…


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