ENERGÍA INÚTIL
Por Arturo Londoño Amórtegui
Capítulo IV
“Una Feliz (nueva) vida”
-No
hay nadie ahí adentro-dijo la mujer
-Si,
Cuco siempre está allí a esta hora-le alegué con el conocimiento que me daba la
experiencia-
-No,
en serio, no hay nadie ahí-insistió de nuevo
-Mire
Señora…- alcanzó a decir Margarita antes que la mujer la interrumpiera-
-Ustedes
son sus amigos?-preguntó- Es que acaso no saben?
-No
sabemos que?-Le dije asustado por el cambio en el tono de su voz-
-El
joven Cuco se enfermó de repente…lo siento mucho, él se murió la semana
pasada….
Muy pocas veces había visto
en Margarita aquella sonrisa nerviosa que rayaba en la demencia. De pronto, sus
comisuras empezaron a tomar voluntad propia y se movían indiscriminadamente
transformando su rostro pálido de ojos vidriosos e inexpresivos, en un
incipiente remedo de la alegre, descomplicada y aprovechada mujer que había
sido solo apenas unos segundos atrás.
El tono serio y sentido de
la vecina de Cuco no daban pié a pensar que todo ello se trataba de una cuel
broma. Margarita quedó en shock y yo sentí como un látigo ardiente me quemaba
por dentro desde la tráquea hasta el estómago.
Me acerqué tembloroso a la
mujer y entre los miles de interrogantes que aquella noticia me había dado en
tan cortos instantes, solo pude articular:
-¿Cómo… como fue?...¿Qué fue
lo que le pasó a Cuco?
-La verdad, joven-me dijo la
mujer- yo no se mucho de eso, empezó a salir menos, y se le veía como triste,
apenas salía a la puerta. Después no salió más. El miércoles pasado me encontré
con su abuelita. Ella es como callada también, le pregunté que como se
encontraba ya que hacía mucho tiempo no la veía por acá, me dijo que había
vuelto de su pueblo para cuidar al joven Cuco quien estaba enfermo en cama. A
la mañana siguiente vimos como entraban los paramédicos a su apartamento. Yo
pensé que había sido la señora-como ya está toda viejita, eso en cualquier
momento se podía morir- pero luego la vi salir detrás de la camilla, me di
cuenta que no había sido ella…los paramédicos estaban sacando el cuerpo del
joven Cuco… ya todo tapadito con una sábana blanca…-la mujer comenzó a
sollozar-. Tan joven que era, tan atento…tan bueno…pobrecito…
Volteé a mirar a Margarita y
pude notar que tenía los ojos inundados en lágrimas.
¿Pero…como, que le pasó? ¿De
qué se murió Cuco?- Le pregunté desesperado, casi levantándole la voz.
-La abuelita- no nos quiso
decir nada. Estaba seria…callada….pobrecita. Solo lo tenía a el. Dios le de
consuelo.-Y continuó llorando-
Yo me tomé la cabeza
tratando de hacer conjeturas de lo que había ocurrido, empecé a recordar los
últimos instantes que había pasado al lado de Cuco, pero solo lo veía
sirviéndome más y más alcohol aquella noche. Luego recordé la llegada de Ángela
y el golpe que me dejó inconsciente. Nada más. Hice un nuevo esfuerzo para
acordarme de sus gestos, sus palabras… las últimas acciones que realizó… pero
solo volví a recordarlo sirviéndome licor y yo quitándole su dinero. Lo voy a
extrañar mucho, pensé, y le agradecí diplomáticamente a la mujer por la
información, realmente ya estaba harto de sus lloriqueos y me dirigí hacia
Margarita para salir del edificio; aquella noticia nos había afectado tanto que
no dudaríamos en ir a emborracharnos para recordar a nuestro querido Cuco; realmente
eso era todo lo que deseaba en aquel momento.
Casi a punto de tomar las
escaleras para ir a la entrada, la mujer dijo de repente:
-Lamento mucho su pérdida…se
nota que eran muy unidos…hasta se pintaban la cara igual…
Margarita y yo nos miramos
de inmediato y salimos a paso acelerado del lugar. Aquel comentario era una
referencia a las manchas naranjas que teníamos en todo el cuerpo. Esto
empeoraba aún más la situación: No solo Cuco, nuestro “benefactor” había muerto
en condiciones misteriosas, sino que también tenía la maldita mancha naranja
que nos cubría gran parte de la piel. ¿Estaríamos acaso contagiados? ¿Seríamos
los próximos en morir?. La angustia comenzó a roernos por dentro, y por primera
vez en muchos años, sentí lo que era el miedo y la desesperación por el futuro.
Por fortuna, no duró mucho.
Exactamente once días
después de habernos enterado de la muerte de Cuco, todo ocurrió.
No solo continuábamos vivos,
sino que a partir de entonces, comenzaron a ocurrirnos una serie de eventos
extraordinariamente fortuitos que cambiaron nuestra vida para siempre.
Margarita-quien luego de
enterarse de que el finado Cuco también portaba nuestra mancha naranja-corrió
donde su familiar médico (el mismo que había logrado demostrar la invalidez de
su mano por su problema carpiano), y luego de los correspondientes y
exhaustivos exámenes del caso, comprobó felizmente que se encontraba en
perfecto estado de salud, siendo su único inconveniente la gran mancha naranja
que no pudo ser quitada por el médico; de todas maneras, era mejor tener la
piel de este color que estar infectada y condenada a muerte. Con la salud y
ánimos renovados, Margarita solo tuvo que esperar menos de cuatro días para que
la suerte volviera a favorecerla, y, ¿qué mejor suerte que le llegara lo que
toda su vida había anhelado con desesperación? No era amor, no era
conocimiento, no era experiencia. Era simplemente dinero, y ahora, Margarita
tenía todo el que había soñado tener: Había ganado la lotería, con la suerte de
quien nunca la compra y encuentra un boleto abandonado: El boleto ganador. En
menos de semanas, Margarita había olvidado el llanto derramado por la muerte de
Cuco, y empezaba a despilfarrar el dinero ganado en la lotería de la manera más
descarada posible.
Pero, no solo el destino
había cambiado para Margarita. Rafaelo, quien por larguísimas temporadas
desaparecía para enclaustrarse en los oscuros rincones de su infinita colección
pornográfica, había sufrido una alteración en su vida, quizás radicalmente más
grande que el de la misma Margarita. Rafaelo, había conocido el amor. Era
difícil coordinar la idea de que Rafaelo, el solitario y erudito de los temas
sexuales, propietario de una de las más impresionantes colecciones de películas
pornográficas en betamax de todo el país, cambiara sus conversaciones, y mencionara
el nombre de su amor tres de cada cinco palabras que hablaba. Se llamaba Natasha
Arantes, era una rubia exuberante, algo esotérica, y … además había
protagonizado una buena cantidad de las películas de la colección de Rafaelo. Era amor verdadero, a tal grado, que pese a conocerse relativamente hace poco, ya hablaban de matrimonio.
Rafaelo se había obsesionado
con Natasha y la había logrado conocer por fin a la semana que Ángela me rompió
la cara en casa de Cuco, gracias a un amigo mutuo. Se hicieron amantes de
inmediato y lo que para Margarita y para mi se había convertido en una marca
maldita, para Rafaelo fue la razón para que la excéntrica actriz se fijara en
el: la mancha naranja. Realmente se les veía enamorados. Yo, que no sabía lo
que era en verdad eso, tampoco me causó mucho interés, Ángela había cambiado
radicalmente conmigo desde que vió en mi la gran mancha naranja. Al creer que
era contagioso, decidió alejarse lo que más pudo e incluso se fue a dormir al
sofá dejándome la cama matrimonial a mi disposición. Ya poco me molestaba ni
agredía como en tiempos anteriores y solo me hablaba a lo lejos. Pasadas unas
semanas con su nueva actitud descubrí que era la forma en que la fortuna me
beneficiaba: estaba tranquilo; y eso era sufiente.
Dias después me llamó por
teléfono para comentarme que había sido nombrada en un alto cargo del Instituto
Nacional de Sicología pero que antes debía salir fuera de la ciudad realizando
unos cursos de capacitación inicial. Me alegraba gratamente no tener que verla
y podría sobrevivir si me dejaba comida y dinero para emborracharme. Así fue.
Había ya trascurrido cuatro
meses desde que Margarita había ganado la lotería, Rafaelo conseguido novia y
yo dejado de ser golpeado, cuando sentí su olor por primera vez. Era sábado y
nos encontrábamos de vacaciones en una isla llamada Moncowa, a dos horas del
litoral pacífico. Margarita quien ya no sabía en qué gastarse el dinero,
organizó una salida a la pequeña isla y nos invitó a Rafaelo, Natasha y a mí
con todos los gastos pagos por el tiempo que quisiéramos, (esto podía ser dos
semana o incluso un mes). No había límite ni restricción de tiempo. Podríamos
perder nuestro tiempo tanto como quisiéramos, algo que siempre cumplíamos a
cabalidad.
Para llegar a Moncowa, hay
que navegar en un bote a motor por casi cincuenta minutos y en cierto punto, al
momento de llegar a la playa, hay que bajarse y caminar con el mar al nivel de
la cintura. Como yo no sabía nadar y estaba muy a gusto bebiendo cerveza, le
pagamos a uno de los navegantes para que me cargara hasta la playa; al darme cuenta
que la arena estaba extremadamente
caliente, hice que el hombre me siguiera cargando hasta una cabaña donde
nos íbamos a quedar y la cual estaba largos metros dentro de la isla. Margarita
había hecho lo mismo, solo que era transportada por dos hombres que la mecían
levemente sobre las aguas cristalinas sin permitir que la mojaran. La técnica
de hacerse cargar por toda la playa nos había parecido muy cómoda y práctica,
sobre todo para mi, que no conocía antes ni el mar ni la arena, así que
decidimos pagarle al hombre (quien ya estaba adentrado en una edad madura) para
que permaneciera a mi servicio. Al ver la gruesa suma de dinero ofrecida por la
risueña Margarita, el hombre no tuvo más opción que acceder a mi propuesta. Así
que, mientras yo disfrutaba bebiendo todo lo que el bar de la cabaña me
ofrecía, el hombre me llevaba sobre su espalda a cada lugar que a mí se me
ocurría: a las hamacas, de regreso a la playa, al mar, al baño… yo no tenía por
qué preocuparme que mis pies tocaran la arena ardiente. Había conseguido mi
propio carguero. Entretanto, Margarita había contratado un sequito de 16
personas exclusivamente para su caprichoso servicio; se había convertido
entonces en la emperatriz de Moncowa y era refrescada por tres sendos abanicos
de dos metros hechos con plumas de avestruz, alimentada directamente a su boca
con frutas y especias importadas, masajeada y exfoliada por un comando de
fisiculturistas apenas cubiertos por un
ridículo taparrabos, además de un conjunto de música tropical que debía
interpretar de manera inmediata cualquier canción que a su ama se le ocurriera
a ritmo de calipso. Rafaelo y Natasha dormían al lado de una piscina cercana
a la cabaña. Natasha (librada de cualquier tipo de envoltura), era el único
motivo que me hacía interesarme por la ubicación de Rafaelo. De resto, me
encontraba plenamente realizado gracias a mi nuevo medio de transporte.
-Hay cocos en esta isla? –
le pregunté mientras me balanceaba en la hamaca-
-Si, todas esas palmeras
están llenas de cocos-respondió mi carguero-
-Vamos por un coco!-le dije-
quiero tomar uno yo mismo-le dije señalándole un grupo de palmeras
El hombre al principio no me
había entendido, y cuando llegamos a la palmera, se puso al frente de la base
para que yo empezara a escalar, pero yo
no lo hice, le recordé que debía llevarme cargado a todo lugar donde le indicara, así
que, a regañadientes, el hombre empezó a escalar la palmera conmigo sobre su
espalda. Al principio no le fue fácil e intentó renunciar a la idea, pero con
solo mencionarle el pago, retomó sus fuerzas y comenzó a subir a medida que
pujaba y sudaba copiosamente. Después de largos minutos y habiendo resbalado en
varias ocasiones, llegamos a la parte superior, donde pude tomar dos cocos. La
verdad pensé que eran diferentes como los pintaban en las caricaturas, así que el
desencanto me llevó a lanzarlos a la arena y volver a regresar a la playa sobre
la espalda de mi carguero. Al buscar a Margarita vi que estaba disfrutando de
los cuidados extremos proporcionados por su séquito y se encontraba en un
estado de inmovilidad extrema debido a su relajación; su relajación estaba a
tal punto que dos mujeres debían mover su mandíbula para que masticara una gran
cantidad de frutos que para mí eran desconocidos. Quise ir al mar para probar
que tan salado decían que era, y nadar un poco, pero como no sabía nadar, mi carguero
tuvo que hacerlo por mí y estuvo a punto de ahogarse varias veces debido a mi
peso. Después me percaté que no había vuelto a ver a Rafael ni a
Natasha, así que mi carguero y yo fuimos en busca de ellos y nos adentramos en
los matorrales. Momentos después los descubrimos sobre la hierba emulando una
de las escenas de las películas en las que Natasha participaba. No niego que
permanecí allí un largo rato observando, hasta que empecé a percibir el olor de
un perfume que no podía reconocer pero que me parecía familiar. Un olor
semejante a colonia de niño, con un fuerte almizcle dulce. Pasé largo tiempo
pensando la procedencia de este olor familiar a tal punto que me desenfoqué de
mi voyerismo y permanecí entre los matorrales pensando. Luego de una hora un
escalofrío me turbó cuando recordé quien olía de esa manera: Cuco.
Hice que mi carguero
corriera hasta la playa hasta llegar a la cabaña de Margarita donde todo su
grupo de atención se encontraba rodeándola. Algo había pasado. Cuando por fin llegamos
frente suyo la vi en estado de shock, temblando e impresionantemente pálida
tumbada sobre un canapé de mimbre. Unas mujeres le proporcionaban viento
rápidamente con ayuda de los inmensos abanicos.
Margarita me vio y se lanzó
a abrazarme.
-Lo vi, lo vi-me dijo
temblorosa- estaba allí sentado en la escalera-era el…era el!
-Era… quién?-pregunté-
-Cuco!, Cuco, maldita sea!
Vi su fantasma! Se quedó mirándome…se le veía tan triste…tan solitario…luego se
fue.
Si no hubiera sentido su
olor, hubiera pensado que Margarita me tomaba del pelo, pero no era así, podía
ser una farsante capaz de engañar a una compañía para ganar un pensión por
incapacidad, pero conocía esa cara, ese temblor, si ella lo había visto, yo le
creía. Mi olfato nunca me había engañado. De todos estos años de golpes y
abusos por parte de Ángela, era el olfato el único sentido que aún tenía cien
por ciento completo. Rafaelo y Natasha volvieron de noche a la cabaña. Parecían
distantes y Natasha (quien no tenía pelos en la lengua), dijo en voz alta con
el ánimo de avergonzar a Rafaelo:
-Veamos si esta noche no me
fallas como hoy en la tarde…jajaja imagínense…no hizo nada por que una " vocecita" le hablaba al oido! Valiente impotente!
-Vocecita?- le pregunte-
-Si, dijo ella-dizque un tal
Cuco le susurraba cosas…jajajaja.
Cuando la segunda
embarcación que traía comida exótica, varios kilos de tomates, huevos, leche y
ensalada –destinados a lanzárnoslos en la cara a modo de juego - así como un grupo de
colegas de Natasha quienes a último momento habían podido abordar la
embarcación, arribaron a la isla, ya
habíamos perdido el interés por divertirnos. Los tres habíamos sentido la
presencia de Cuco de alguna forma, sea oliendo su infantil fragancia,
escuchándolo o viéndolo. De alguna manera comenzamos a sentir un sentimiento de
remordimiento y culpa por la forma en que abusamos de su hospitalidad, robamos
su dinero y nos aprovechamos de su estupidez de la forma más descarada y
abierta jamás existente. Quizás, aquella mancha naranja regada por todos
nuestros cuerpos era la prueba de nuestra culpa.
Por más que intentamos
adaptarnos al caluroso y vacacional ambiente, no fue asi. Durante los tres dias
que únicamente pudimos pasar en Moncowa, las visiones sobre Cuco se hicieron
más repetitivas, así como sus susurros o su olor. Era imposible como Margarita
lo llegó a pensar, que realmente Cuco estaba con vida y ahora nos jugaba una
macabra broma; todos lo habíamos visto en el cementerio siendo los únicos que
lo habían acompañado a su última morada (ni siquiera su abuela estuvo con el);
Realmente Cuco estaba muerto y el espectro que se paseaba en la isla no hacía
más que atormentarnos; Margarita entró en un estado de histeria continua,
Rafaelo en uno de impotencia prolongada y yo…yo he de reconocer que el alcohol
no me estaba generando el valor y la seguridad que siempre me producían…el
espectro de Cuco nos acosaba a tal punto que terminamos encerrados los tres en
un cuarto de la cabaña.
Entonces, al fin alguien
dijo algo sensato y nos llevó a buscar una salida posible a aquella situación.
-¿Ustedes eran muy amigos de
ese Cuco?-preguntó Natasha-
-Solo cuando nos
convenía-respondí
-Cuando yo era
niña-continuó-mi nana siempre me prohibía que metiera algún objeto en las tomas
de electricidad, y siempre que estaba a punto de hacerlo, ella aparecía, me
regañaba y me hacía prometer que nunca más lo haría. Cuando se murió, yo seguí
escuchando por mucho tiempo su misma voz cada vez que me acercaba a una toma de
electricidad; sentía que estaba allí y la oía haciéndome prometer que nunca meterá algo allí…maldita vieja…
-¿y?- preguntó Margarita
sollozando
-Tal vez Cuco está aún aquí
por algo…algo que lo ata a este mundo-dijo Natasha mientras se envolvía en una
toalla.
-Quizás se quiere vengar de
todo lo que le hicimos-dije en tono de burla, aunque mas desesperada que mal
intencionada.
-LA HERMANDAD!- gritó
Rafaelo-quien había permanecido en silencio todo este tiempo-
-Siempre lo ilusionamos con
hacer tal juramento de los “Amigos para siempre”-prosiguió- era la excusa para
aprovecharnos de el…ese fantasma está aquí por eso!
-Estupidez!, Tontería,
cuento idiota, jajajaja-protesté-y en aquel momento sentí de nuevo su olor-
-Si, !-dijo Margarita- Si la
única forma de que Cuco nos deje de joder es cumpliendo ese juramento…
hagámoslo!
Natasha se involucró aún más
convirtiéndose en nuestra guía espiritual de invocaciones (gracias a la
experiencia de su nana), pero el fantasma de Cuco solo continuaba
atormentándonos en lugar de unirse a nuestra ceremonia.
Exhausta, Natasha finalmente admitió:
-Es imposible hacerlo así.... problema está en el lugar,
hay que llamar a su espíritu en el sitio donde iban a hacer el juramento, tal vez así si se manifieste...
Así fué como regresamos esa misma tarde
a la ciudad; y entonces... ya nada volvió a ser como antes.
Continuará…
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