NINJAS DE COCHABAMBA
La última vez que el más grandioso chuño concebido por el hombre,
fué visto sobre la faz de la tierra, se perdía en las profundidades del
lago Alalay, en Cochabamba, Bolivia.
Por aquellos tiempos, Julio Acarapi era uno de esos
extraños personajes de quien toda Cochabamba hablaba en voz baja; especialmente porque después de haber financiado la construcción de la majestuosa iglesia de Nuestra
Señora del Noyola y ser nombrado "Hijo favorito de la ciudad"; había desaparecido de la
vida pública para enclaustrarse en una fortaleza que había construido a orillas
del mismo lago.
Acarapi, otrora labriego de origen
muy humilde, era un hombre muy querido por el clero, ya que constantemente realizaba donaciones benéficas
para obras religiosas; pero según las malas
lenguas, tras del altruismo del boliviano, se escondían oscuras acciones que
muy frecuentemente ponían en entredicho el origen de su fortuna. El rumor
general, consistía en que Acarapi, había hecho un pacto con el diablo, y que,
cada vez que la iglesia realizaba alguna actividad con estos donativos, el
templo y los feligreses quedaban malditos para toda la eternidad.
Hastiado de escuchar los rumores y
comentarios sobre el origen del dinero para las donaciones que se le hacían al
clero, el nuevo Arzobispo de Cochabamba (quien se había establecido en la
ciudad, luego de la inauguración de la iglesia) decidió visitar a Acarapi para
conocer en persona al mecenas y de paso esclarecer de una vez por todas los
rumores sobre el origen de su riqueza.
-Su dinero se lo dá el mismísmo
demonio!-le decían sus allegados; -"Era un campesino sin dónde caer
muerto...ahora, su fortuna es incontable!"-afirmaban otros; -"Su
dinero está maldito....nos está condenando!"-decían algunos más...y
estas mismas voces se replicaban al unísono en toda Cochabamba; Sin
embargo el religioso, armado del valor que su fe le deba no hizo
caso a las advertencias, y montando en su caballo, cabalgó a escondidas de los
demás miembros de la comunidad, y llegó al atardecer a la puerta de la
fortaleza solitaria de Julio Acarapi para pedir audiencia con este.
Corría el mes de agosto de 1911, una fecha que Cochabamba recordaría para siempre.
El nuevo Arzobispo de Cochabamba no
solo encontró un Acarapi totalmente opuesto a la imagen de servidor de Satanás
que la gente tenía de el; por el contrario, halló un anciano solitario, muy
humilde en su actuar y con un altísimo respeto por las jerarquías religiosas. El
Arzobispo, ya ducho en el trato de feligreses, manejó la situación del
encuentro de una manera inteligente, agradeciéndole en nombre de Su Santidad
las donaciones y bendiciendo su hogar con su visita inesperada. Con el pasar de
las horas, El religioso empezó a indagar sobre la vida de Acarapi, ganándose su
confianza con relativa facilidad, y pese a que el hombre, aún conservaba las
costumbres reservadas del habitante del altiplano, no pudo negarse a responder
cuando el religioso le preguntó a quemaropa, sobre el origen de su fortuna.
-Su eminencia-contestó el hombre-sé
que muchos dicen que mi dinero está favorecido por el ángel caído- pero solo
Dios sabe que eso no es verdad; puedo jurar por la santa cruz que no hay nada
malvado en ella; yo solo soy, víctima de un favor de nuestro señor...
Ofuscado por lo que parecía ser una
seguidilla de evasivas para responder el origen de la fortuna, el Arzobispo le
hizo ver que estaba incurriendo en un pecado al haber nombrado el nombre de satanás ante un
representante de Dios en la tierra, pero que gracias
a su generosidad con la iglesia, el podía absorberle si lograba decirle toda la verdad sobre el
misterioso origen de su fortuna.
Forzado a hablar o condenarse, Julio
Acarapi le contó toda su historia:
Le narró la leyenda de un
místico tubérculo nacido de las tierras vírgenes del altiplano boliviano,
blindado esotéricamente al extremo frio y la lluvia, y procesado por cientos de
años por chamanes Qutas, quienes no solo se encargaron de preservarlo, sino que
le dotaron de poder y magia inconmensurables. El chuño (como se llamaba este
tubérculo), había sido escondido con recelo por sus antepasados indígenas ya
que quien llegara a estar en su presencia, se convertiría en el ser más
grandioso jamás conocido, un ser omnipotente pudiendo incluso igualar en poder
y sabiduría de sus mismísimos dioses.
Muchos años atrás y mientras buscaba tierras
para sembrar papas, Acarapi había resbalado en un montículo de tierra y caído
a través de un surco en la montaña, quedando atrapado en una profunda grieta. Después de varios días de buscar una salida
de esta y debilitado por la falta de alimento y agua, encontró por fin un pozo de agua potable y en el, un jarrón de barro con
varios tubérculos dentro, los cuales devoró de manera inmediata a excepción de
uno muy particular por su extraña luminiscencia, el cual guardó entre su ropa.
Unas horas después y milagrosamente, había encontrado una salida siguiendo un
pequeño camino de agua. Agradecido a Dios por haber encontrado la salida,
enterró el chuño luminiscente en el jardín de su casa a modo de amuleto. Meses
después cuando su esposa arreglaba la tierra para sembrar nuevas flores, empezó
a hallar cientos de monedas de oro alrededor del Chuño. A medida que el y su
esposa sacaban monedas, estas parecían multiplicarse aún más. El torrente de
monedas no cesó hasta que el hombre no sacó de la superficie al Chuño,
entendiendo de inmediato su naturaleza mística. La fortuna de la pareja crecía
cada vez que enterraban el chuño. Las bendiciones también vinieron y pronto
tuvieron 9 hijos, uno tras otro. El chuño no solo le había dado
gran fortuna sino prudencia, extrema sabiduría y longevidad tal que, enterró
uno a uno a sus hijos y a su mujer cuando llegó el momento, y se quedó solo
aunque no solitario. Decía que él y el chuño eran cuidados por los
espíritus de los Qutas y que por eso nadie había podido hacerle daño ni
quitarle la vida, la fortuna y ni al mismo tubérculo. Este había sido un regalo de
Dios y ahora, debía retribuirlo a su iglesia con el fin de hacer sus últimos
años más próximos a este. El Arzobispo quien no creía en historias de
indios ni mucho menos en cuentos de un anciano senil, abandonó el lugar pocos
minutos después en medio de una gran decepción. Sin embargo, la duda continuó
remordiendo su razón por un par de dias , hasta una noche en que, ya no la pudo
soportar más y los llamó.
Ellos eran solo tres, pero eran lo
suficientemente hábiles como para perpetrar cualquier misión por más arriesgada
que fuera y enfrentar al más numeroso de los ejércitos. No venían de tierras
distantes, ni mucho menos del lejano oriente; habían nacido y forjado en las
alturas extremas de Bolivia. Eran letales y estaban a su servicio. Eran los tres ninjas y ahora, y por sus órdenes, entrarían
en la fortaleza de Acarapi y robarían el chuño para él; lo harían rápida y
sigilosamente enfrentando los peligros que fueran para lograrlo, incluso,
enfrentarse a los espíritus Qutas protectores. Los poderes de aquel tubérculo
eran algo totalmente ajeno a los dogmas que profesaba, pero, aquella incalculable
e inexplicable riqueza del boliviano continuaban siendo inquietantemente sospechosas. Sus
ninjas encontrarían el chuño y funcionara o no, nadie más se enteraría y
pondría en juicio esta acción; aunque, ya en el fondo de su corazón guardaba la
idea de hacerse del poderoso tubérculo y dotar a la iglesia de un sinnúmero de
obras y otros templos adecuados para la creciente población de
Cochabamba. Una acción sin duda válida para una causa más que necesaria.
Dos noches después de la visita
del Arzobispo, los tres ninjas volaron sobre los techos de Cochabamba hasta
llegar a la fortaleza de Acarapi. Se deslizaron como sombras penetrando al
lugar por una estrecha ventana. Ninja Amable, quien entró en primer lugar, dejó
un cordel durante su recorrido para guiar a sus compañeros al interior de la
fortaleza. Ninja Creyente le siguió en la oscuridad ayudado por el cordel, y mientras Ninja
Amable se dirigía directamente en busca del anciano, Ninja Creyente buscaba hábil y
silenciosamente en cada rincón del lugar al chuño, sin importarle cambiar el
orden de las cosas que Acarapi tenía en su hogar, y con la habilidad de ver lo
invisible, buscó los espíritus de los Qutas para enfrentarlos, por si en su
poder podía estar el tubérculo. Por último entró Ninja Acero y prendió fuego al cordel que Ninja Amable
había dejado al entrar a la fortaleza, el cual de hecho era una larga mecha de
dinamita que terminaba en la puerta de la habitación del viejo y que les daba
exactamente diecinueve minutos para
encontrar de cualquier manera al tubérculo y huir con el antes de la destrucción
total del lugar ordenada por el Arzobispo. Ninja Acero buscó las trampas de la
fortaleza y a los posibles guardianes humanos que podían proteger al chuño.
En tan solo quince minutos, Ninja
Creyente y Ninja Acero habían rastreado la fortaleza por completo sin hallar ni
guardianes humanos ni espíritus Qutas; mucho menos al chuño; entonces, en total
silencio se dirigieron velozmente a la habitación de Acarapi, y encontraron a
Ninja Amable en perfecto equilibrio sobre la cabecera de la cama del anciano,
mirándolo con ojos inexpresivos. Al sentir la presencia de sus compañeros,
Ninja Amable se percató que quedaban pocos minutos para que el fuego llegara a
la gran cúmulo de dinamita que había puesto justo debajo de la cama del hombre
y que junto con la demás dinamita distribuida en la fortaleza del hombre, destruiría en su totalidad la fortaleza.
Ninja Amable tomó a Acarapi por el cuello
despertándolo de inmediato y lo alzó a la altura de su rostro con relativa
facilidad.
-Chuño…muerte-le dijo Ninja Amable al
anciano.
Este lo miró con ojos piadosos y
señaló el viejo baúl que se encontraba a los pies de su cama. Los demás ninjas
se lanzaron hacia él, e intentaron abrirlo sin éxito pese a estar protegido no
por un fuerte candado sino por un sencillo amarradijo de tela.
-Abrir…muerte-le dijo de nuevo Ninja
Amable con su aterradora voz arenosa.
Acarapi se dirigió tembloroso hacia
el baúl y desamarró lentamente el nudo de tela que protegía al baúl. Ninja
Creyente, quien podía ver más allá de lo invisible, notó que aquella tela no
era más que un retazo de la mortaja del último hijo del anciano y que como
vínculo de su sangre, se había convertido en el más poderoso seguro para el
baúl. Cuando el viejo logró desatar el último nudo, Ninja Acero notó que el
fuego en la mecha estaba a pocos centímetros del cúmulo de explosivos. Ninja
Creyente abrió la tapa del baúl y una gran luminiscencia salió de este; pocos instantes después este brillo se confundió con la explosión de la
dinamita que hizo estallar el lugar instantes después de abrir la tapa.
El Arzobispo, quien se encontraba
esperando dentro de una barca en medio del lago Alalay, vió volar sobre los
aires la fortaleza del viejo Acarapi, mientras el cielo se iluminaba de un
naranja brillante que daba paso al gran incendio que toda Cochabamba recordaría
por años.
Segundos después caería malherido sobre su barca Ninja Amable,
quien cargaba el baúl de Acarapi. Ninja Creyente, cegado por la fulgurancia del
contenido del baúl, no había logrado hallar una ruta de salida y había sucumbido a la explosión.
Ninja Acero había sido golpeado por una gran roca derivada del estallido y su
cabeza había quedado atrapada entre dos bloques de concreto. Ninja Amable
entregó el baúl al Arzobispo y este lo abrió de inmediato.
Tuvo que cubrir sus
ojos para no ser herido por el brillo del único tubérculo que se encontraba en
el interior. Lo sostuvo en sus manos y poco a poco acostumbró sus ojos a aquel
fulgor. Ahora, por fin tenía un poder más allá de su imaginación y la riqueza
estaba al pedir de su boca, grandes obras y riquezas vendrían para el y su
congregación; luego vinieron a su memoria las palabras del viejo Acarapi,
sobre el poder y sabiduría que convertirían a su portador en un ser superior,
mucho más cercano a los dioses. Comprendió así que la riqueza era algo secundario, cuando
el convertirse en este ser angelical y omnipotente era la verdadera virtud del chuño; entonces, comenzó a morderlo y masticarlo para absorber su poder
por completo. Ninja Amable puedo ver como el Arzobispo comenzaba a brillar de
la misma manera que el chuño, hasta que lo comió por completo, volviéndose una fuente de luz cegadora que le impedía ver con detalle lo que estaba ocurriendo;
poco a poco, el Arzobispo empezó a mirar su cuerpo refulgente y ahora lleno de
poder, pero, empezó a perder rápidamente la estabilidad dentro de la barca, sus
extremidades no le respondieron y dejaron de ser lo que eran para convertirse
en retorcidas raíces de tubérculo. En medio de los gritos del religioso, Ninja
Amable vió como este se convertía en aquel ser lleno de poder y sabiduría
cercana a los mismos dioses: un chuño, mucho más retorcido y brillante que el
que había robado del baúl de Acarapi. El religioso perdió conciencia de su
nuevo estado y siendo ahora un tubérculo, fue a caer fuera de la borda de la
barca y se hundió en la mitad del lago Araray. Ninja Amable se lanzó por él al
agua pero no lo encontró y terminó por ahogarse al igual que Ninja Acero.
Los funerales del Arzobispo fueron de
los más recordados en toda la ciudad y su historia, como el hombre que intentó
salvar al anciano Acarapi del ataque de los tres ninjas de Cochabamaba
falleciendo en el heroico acto, se convirtió por muchos años en leyenda, hasta
el dia en que fue beatificado luego de realizar una serie de increíbles milagros que incluían una oveja de seis cuernos y una sopa con el rostro de un futuro mesías,
pero esa, esa es otra historia.
FIN
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